Hace unos días, mi hermana y yo tuvimos una conversación muy interesante, fue acerca de lo importante que es compartir con nuestros hijos lo que vivimos de pequeños, acerca de lo que sabemos y también de los que nuestros padres y abuelos nos contaron.
En estos tiempos en los que nos falta es el tiempo, muchas veces hasta nos olvidamos de conversar y contarles a nuestros hijos estas historias que más adelante y con el pasar de los años, ellos a su vez podrán compartirlo con sus hijos y quizás hasta con sus nietos.
Son muchas las noches en las que en vez de leerles un libro a mis hijos, he tenido que crear el cuento yo misma en base a hechos reales de mi infancia y de mi vida en el Perú, de paso aprovecho para que ellos aprendan acerca de nuestras costumbres y del modo de vida tan diferente a lo que ellos viven aquí.
La otra noche, mi hijo menor me pidió que le vuelva a contar una historia de mi infancia, pero quería que le cuente una historia relacionada a la navidad. Este pedido se me hizo un poco difícil porque son muchas las navidades que tengo en mi memoria y tantos recuerdos que no solo necesitaría tiempo sino muchas cajas de pañuelos de papel. Sin embargo, ya en pijamas y en medio de la oscuridad comencé a contarles a los dos, uno de las navidades más especiales que tuve yo de pequeña y que en memoria de esa persona especial, quiero compartirlo aquí.
Tenía alrededor de 6 o 7 años, esa edad en la que queremos tener todo, en la que la navidad es tan mágica como las que se ven en las películas. Todos los diciembres, una feria navideña muy especial se instalaba a los largo de la avenida principal muy cerca de donde vivíamos. Las noches se iluminaban con las luces de esta feria en donde al son de “Sopa le dieron al niño”, “Noche de Paz” y otros villancicos, los stands ofrecían una variedad de juguetes, muñecas de todo tamaño, carritos, soldados, libros y habia también muchos stands de comida, me acuerdo especialmente de los dulces, sobretodo de las manzanas acarameladas. Para nosotros era como estar en el paraíso, mi mamá nos llevaba solo a comer algo porque su motivo principal era el tomar nota de lo que nos gustaba, lo mismo que hacemos todas las mamás de una u otra manera, para enterarnos de lo que quieren nuestros hijos para la navidad.
Sin embargo, no siempre podemos comprar todo lo que ellos nos piden, lo mismo le pasaba a mi mamá y a mi papá quienes trataban de darnos por lo menos una de las cosas que más nos gustaba y que estaba dentro de su presupuesto.
Sin embargo, una noche de víspera de la navidad aparte de recibir una gran sorpresa, recibimos regalos extras. Cuando estábamos alistandonos para la cena de navidad, llegó Papa Noel. ¡si! llego disfrazado de mi tío Mario, quien literalmente cargaba una bolsa enorme ¡llena de juguetes!. Mi querido tío Mario era el primo soltero de mi mamá, un tío muy bueno que podía pasar mucho tiempo leyendonos cuentos y grabando nuestras voces por el simple hecho de guardar un recuerdo de todos nosotros, el unico tío que era muy precavido para entrar a la casa porque siempre se le venian encima los sobrinos que tanto lo querían. Era definitivamente “el tio’ que sobresalia de los otros tios :).
Regresando a la noche de navidad, mi tío Mario llego a la casa y con lista en mano comenzó a repartir los regalos a cada uno de sus sobrinos, incluyendo a mi prima quien no era su sobrina directa pero igual la tenia en su lista.
Esa noche debe de haber sido también muy especial para mi tio Mario, quien no quiso quedarse a cenar con nosotros porque a pesar del terrible tráfico de Noche Buena en Lima, tenía varias paradas por hacer, varios sobrinos a quien visitar y regalar, y mucha alegría que llevar a cada uno de ellos. Nunca supimos en donde recibió la navidad, pero supongo que fue en casa de una de las primas que tanto lo querian al igual que mi madre.
El tio Mario siempre estará en nuestros corazones, a pesar de que cuando llegó a formar su propia familia el destino quizo que ya no lo veamos mas. Él siempre será nuestro tío querido y gracias a Dios que nos permitió darle un abrazo antes de su partida eterna, un abrazo de agradecimiento por tanta alegria que nos trajo cuando fuimos pequeños.
Luego de algunos dias de contarles a mis hijos esa historia, mi hijo mayor me dijo…”mami, que suerte que tuviste de tener un tío Mario”
¿Y tú? ¿Alguna vez has tenido o tienes la suerte de tener a esa persona que trae una alegria especial en la Navidad?
photo credit: Hellebardius via photopin cc
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